domingo, 11 de octubre de 2009

La vida resumida.

La jornada ha sido agotadora, no tanto por la presión de trabajo sino por la rutina que termina por ahogarlo. Se pone el cinturón de seguridad y enciende la radio. Su único agrado es conversar con los cabros chicos, que llegan a la consulta asustados, colgando de la mano de las mamás y mirando para arriba a ese extraño que algo les va a hacer, y que todo indica que nada bueno. De vez en cuando alguno extiende su mano con la galleta medio comida y húmeda (que hay que aceptar de inmediato), para abuenarse con ese personaje, tan importante que hay que esperar durante horas para poder verlo.

Cada enano es un nuevo desafío. Desde las técnicas más sencillas y eficientes, como mirar rápidamente la ficha y tratar de adivinar el diminutivo familiar para saludarlo, hasta la conversación afable con la mamá haciendo caso omiso de todas sus manifestaciones de terror, en ocasiones hay que emplearse a fondo para ganar la batalla de la confianza que a veces, también se pierde.

Cuando instruye a la madre en las técnicas elementales de inmovilización del enemigo, comprende, a cabalidad, al viejo Stalin y el abuso de la fuerza en favor del abusado. Hay que mantener las rodillas a ras de la camilla para tener acceso al área genital, donde asientan fimosis, criptorquidias, hernias e hidroceles. Mientras diagnostica o descarta diagnósticos tira los últimos cartuchos: ¡ Ya, pus pelao (guatón, flaco, rucio, negro...), no llorís más poh ! o, más expresivo: Soi el único que ha llorao, de toos estos (la mano empuñada se abre en abanico dos o tres veces).

Recuperadas la posición vertical y la autonomía, con los pantalones puestos y constatando que no hubo daño, el enano vuelve a su normalidad. Se encarama solo a la misma y temida camilla para mirar por la ventana. En cuatro patas y con la boca abierta mira asombrado, por primera vez, el mundo desde ese ángulo desconocido, desde arriba, desde el tercer piso que no existe en su casa. Abandona la consulta a trastabillones, colgando de la mano materna, pero alcanza a mirarlo de reojo y a levantar su manito de empanada en despedida, gesto precioso que augura una sesión futura menos complicada. ¡ Chao, pelaíto, pórtate bien !, aunque tenga chasquilla y colita de boxeador amateur.

La entrada a la autopista está más lenta que de costumbre. No es que haya cambiado radicalmente su pensamiento respecto de la profesión. Se ha profundizado en lo profesional y simultáneamente se ha ampliado en la comprensión de su verdadero rol social. Han desaparecido todos los mitos, finalmente hay cosas que se pueden resolver y otras que no se pueden, por más empeño, pasión y estudio que a ello se pueda dedicar. Vivió el tiempo de los íconos sagrados, de las revisiones bibliográficas, de la lectura apasionada de bombones científicos que luego, la realidad objetiva y la práctica pusieron en su lugar. Solamente algunos aportes, algunas técnicas, algunas observaciones logran valorizarse en la práct… ¡ Cresta, qué pasa... !

Las luces de freno iluminan de rojo y desordenan la carretera, hasta ahora fluyendo como un río a noventa por hora. Un camión ha soltado parte de su carga que rueda dando tumbos tras de él como si quisiera alcanzarlo. El chillido de los neumáticos, que termina en los plops del estallido de los focos y los bocinazos histéricos e inútiles, terminan por traerlo a la realidad, afirma el volante y pisa el freno con fuerza. Alcanza a botar la mitad del suspiro de alivio al ver que se ha detenido sin tocar a la camioneta que lo precede, cuando siente el estruendo posterior que lo pega al asiento.

Con la cabeza rebotando en el cabezal alcanza a ver, con terror, cómo la camioneta se levanta y muestra toda su intimidad posterior. El eje trasero, el diferencial y los amortiguadores vienen a su encuentro y revientan el parabrisas. El contragolpe lo hace azotar la frente, el cinturón ha funcionado bien, pero la distancia al parabrisas se ha acortado y siente, en la semiinconsciencia, cómo fluye la sangre, con ese olor tan familiar y que sin embargo ahora adquiere un significado especial porque es la suya propia. No sabe si es el cinturón el que le aprieta sin dejarlo respirar, abre los ojos y comprueba que es el volante el que le comprime la boca del estómago. Se gira lentamente en el asiento y logra descomprimir algo. Respira mejor y trata de tranquilizarse.

Está en la cama, hecho un ovillo, el padre entra en puntillas, lo mira un rato y luego lo arrebuja, metiéndole la sábana rodeando el cuello lo que le produce, como siempre, una sensación de bienestar que no desaparece hasta conciliar el sueño, se cae por la ladera empinadísima pero logra afirmarse en un arbusto, con el corazón encogido, espera, los viejos lloran en su graduación, ella lo mira desde lejos y el rictus de su sonrisa le abre el corazón y la esperanza, la abraza desde atrás y huele su pelo, desliza su mano sobre el vientre abultado, arrebuja a su hijo y espera. La jornada ha sido agotadora.

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