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| Un espectro se cierne sobre el mundo: el espectro de la cesantía.
"Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal." Carlos Marx y Federico Engels (Manifiesto del Partido Comunista - enero de 1848)
Así como Marx y Engels, a mediados del siglo XIX, identificaron el incipiente proceso de globalización con una connotación claramente positiva al relacionarlo con el patrimonio común de la humanidad, el capitalismo salvaje, una desviación del proceso globalizador, nos lleva ahora de vuelta a las bases de la teoría marxista más ortodoxa.
La distribución equitativa de la riqueza, meta que el socialismo no ha podido lograr en ninguna parte del mundo, está siendo puesta en la mesa de discusión por su peor enemigo, el capital financiero internacional. Para el filósofo comunista francés Georges Gastaud «La globalización capitalista objetivamente genera para la humanidad una solidaridad de destino. El exterminismo, que constituye una tendencia dominante del imperialismo contemporáneo con sus múltiples dimensiones que sobrepasan en mucho el componente militar, hace del capital financiero, que actualmente parasita el conjunto de las actividades humanas, el enemigo común de toda la humanidad.
Esta nueva forma de obtención de riqueza parece ser la responsable de que el trabajo esté siendo reemplazado en su rol de generación de bienes de consumo, bienes cada vez más sofisticados para los sectores de mayores ingresos y producidos por procesos industriales automatizados con mínima ingerencia de los trabajadores.
El trabajo productivo es reemplazado por tareas menores de servicio: porteros, choferes, vigilantes y cuidadores de autos que empiezan a utilizar circuitos cerrados de televisión, sistemas de localización satelital y microcomputadores para sus trabajos de mínimo impacto económico.
El Modelo Neoliberal de Friedman ha generado también nuevas formas de organización del trabajo, que descompone el proceso productivo y lo invisibiliza, al atomizarlo al interior de los hogares, incorporando a la mujer pero generando una informalización que afecta sus derechos laborales al impedir su sindicalización. Esta flexibilidad laboral, exigida por la Iniciativa para las Américas en el año 90, termina por incorporar también a los niños al proceso productivo, afectando el normal desarrollo de la familia en su conjunto.
Para Rosalba Todaro, economista e investigadora del CEM, Centro de Estudios de la Mujer, "El trabajo es, sin dudas, uno de los factores más importantes en la formación de la identidad de los sujetos, en la diferenciación entre los sexos, en la construcción de los géneros y en el establecimiento de jerarquías sociales", a lo que habría que agregar su función de distribución y asignación de los bienes producidos, que el socialismo recoge en su lema al afirmar que, en esta fase,cada cual recibirá según su trabajo.
Si existía concordancia respecto de la necesidad del trabajo y, por ende, de los trabajadores, si el modelo Fordista-Taylorista y luego el Estado Benefactor keynesiano se ocuparon, temporalmente, de su protección (aunque sea por razones que hoy se pueden interpretar como absolutamente funcionales al capital), si el socialismo luchó porque cada cual aportara según su capacidad y recibiera según su trabajo y si el capitalismo sigue fustigando a los trabajadores con el palo y la zanahoria de los despidos y los bonos de desempeño laboral, el comunismo, sin embargo, avizoró un porvenir en el que cada cual, si bien seguiría aportando según sus capacidades, debería recibir según sus necesidades.
En ningún caso la utopía comunista estaba presuponiendo algo tan impensable como que el trabajo desaparecería como actividad humana, pero su lema lo delegó definitivamente a una categoría inferior, tal vez porque la cantidad de trabajo necesaria para los procesos productivos iba a ser ínfima de acuerdo con la mecanización, la robotización y el desarrollo de cerebros artificiales que se utilizarían en el proceso productivo.
Esta fase, de alguna forma, ha llegado, aunque el mecanismo principal de acúmulo de riquezas - que no considera al trabajo en su generación - sea diferente y de una eficiencia jamás antes vista.
Es el juego de las Bolsas de Valores, una ruleta manipulada por un capital tan monstruoso y de crecimiento tan acelerado que su mejor símil es el de un proceso canceroso. Así como el cáncer termina en su propia destrucción al matar al organismo que lo sustenta, es predecible que el capital financiero descontrolado terminará también por dañar gravemente a la sociedad que parasita.
Si el 0.1% de las transacciones bursátiles es capaz de acabar con el hambre del 80% de la humanidad que la sufre, sugerencia que nace de un economista del área capitalista, el Sr. James Tobin, Premio Nobel y asesor económico del Presidente John Kennedy, una propuesta que es recogida como arma de lucha por el movimiento antiglobalización, la Asociación por la Tasa Tobin y la Acción Ciudadana, ATTAC, este consenso permite, por lo menos, cuatro conclusiones no menores:
la primera,que la magnitud de ese capital financiero es realmente monstruosa; la segunda, que el origen de la pobreza mundial se encuentra en esa acumulación indebida; la tercera, que los países pobres deben ser protegidos ante los vaivenes de los mercados financieros internacionales; la cuarta que la humanidad tiene capacidad de autosustento.
"Con un nivel del 0,1%, la tasa Tobin lograría anualmente unos 166 mil millones de dólares, dos veces más que la suma anual necesaria para erradicar la pobreza extrema de aquí al comienzo del próximo siglo"(Editorial del Nº 26, diciembre de 1997, Le Monde Diplomatique, edición española) Es esta editorial de Ignacio Ramonet en "Le Monde Diplomatique" la que recoge la idea de Tobin, iniciando el movimiento de denuncia y de movilización ciudadana en contra de las tasas a las "transacciones especulativas", convertidas luego en "tasa Tobin". Ante esta respuesta inesperada a su proposición, Tobin declaró que "el aplauso viene del lado equivocado", puesto que él la recomendaba como una forma de evitar medidas proteccionistas de los países pobres ante las macroinversiones, como lo fue el encaje bancario aplicado por Chile hasta hace algunos años.
Pero asistimos a fenómenos nuevos. Observamos el estancamiento del empleo mientras las economías despegan rampantes. Como todo fenómeno social, amerita las más diversas explicaciones locales, que lo atribuyen tanto a la incorporación de sectores pasivos, especialmente femeninos o inmigrantes, como a la transformación del trabajo informal en empleo formal, es decir al intento de satisfacer expectativas individuales excesivas, generadas por una economía sana y en crecimiento.
 Sin embargo, la respuesta más lúcida, la explicación más atendible no proviene del mundo de la economía ni de la sociología ni de la política, sino de una novelista y crítica literaria francesa, Viviane Forrester, que instala el debate en el espacio público al constatar que enormes masas de población van quedando marginadas, no ya como consecuencia de la explotación del hombre por el hombre, sino por algo peor, la ausencia de explotación.
Enormes masas que nada producen pero que igual consumen y que se van convirtiendo en una bomba de tiempo de descontento social masivo. ¿Qué hacer con esas masas que han dejado de reclamar pero que molestan con su sola presencia? En la mirada de Forrester, el mundo regido por los conceptos del trabajo y del desempleo se sigue manteniendo artificialmente mientras se accede en forma subrepticia a un futuro en el que sólo un sector ínfimo, unos pocos, tendrán alguna función.
El horror económico de Forrester está señalando que vivimos la fase terminal del único mundo que hemos conocido y entramos en otro en el que la solidaridad fundada en el respeto será la clave de la supervivencia de la especie humana, incluidos ricos y pobres de este ciclo que termina.
En este nuevo mundo, el humanismo debe expresarse en la solidaridad, en el respeto a la diversidad, en la equidad, en la protección del más débil, y estos conceptos ideales deben transformarse en sus elementos rectores, abandonando su carácter actual de meras expresiones o débiles intentos de buena voluntad en determinados sectores de la sociedad o en determinadas fechas del año.
No más chile solidario, puente, vaca, teletón, coanin, coaniquem, hola andrea, hogar de cristo, un techo para chile y sus equivalentes en todas partes del mundo, no más limosna, en resumen.
Al desaparecer el trabajo en su múltiple dimensión de desarrollo, de distribución de la riqueza, de cohesión social, de utilización y desarrollo de las capacidades físicas, mentales y sociales de cada uno de los individuos, es necesario reemplazarlo con un equivalente de su misma potencia, y en esta búsqueda podemos volver la vista a los pensadores clásicos.
Si bien Carlos Marx encontró el origen de la acumulación del capital en la propiedad de los medios de producción de bienes materiales, y esa aseveración es de vigencia absoluta, no es menos cierto que en la actualidad la riqueza se genera también sin una relación directa, aparente, con los bienes materiales.
De hecho, la Organización Mundial del Comercio, apenas creada el año 1994, amplió el Acuerdo General de Comercio y Tasas Arancelarias G.A.T.T, al G.A.T.S, de Comercio con los Servicios, abriendo un amplio campo de operaciones al capital financiero - constreñido hasta ese momento - por el comercio con las mercancías. La tercera área de trabajo de la O.M.C, es A.D.P.I.C, (Aspectos de la Propiedad Intelectual en el Comercio), creada en la misma fecha y destinada a cumplir iguales objetivos de comercio con intangibles.
Según la Comisión Europea, más de un tercio del crecimiento económico de los EE.UU. en los últimos cinco años tiene su origen en este comercio con los servicios. Sin embargo, en su forma más extrema, el acúmulo de capital es meramente especulativo, financiero, mediante colocaciones en las Bolsas de Comercio mundiales durante períodos tan prolongados como lo sea la bonanza económica local, sin mecanismos de protección, sin encajes bancarios, son "capitales golondrina" protegidos por políticas de libre acceso al capital extranjero, tal como las exigiera el Banco Mundial el año 1979, en el marco de la llamada "reforma estructural", devenida luego Consenso de Washington, y lo refrendara el ALCA en fecha reciente.
Todo lo anterior permite una reflexión final: Si los acuerdos internacionales sobre derechos humanos, si las iglesias, si los políticos de centro y de izquierda, si las organizaciones de trabajadores, si los gobiernos, si los parlamentos y los electores en la intimidad de sus hogares coinciden en que un niño, un discapacitado, un viejo, una mujer, un cesante, no pueden ser discriminados a la hora de ver cubiertas sus necesidades de salud, alimentación, educación, recreación, casa y vestimenta - a pesar de no estar incorporados al proceso productivo - entonces deberá buscarse la forma en que la propiedad de los medios de producción de la riqueza, cualesquiera que ellos sean, devenga colectiva, se convierta en el patrimonio común de todos, del Manifiesto Comunista. En un mundo donde el trabajo será un bien, un regalo para unos pocos, ésta será la única forma de lograr la utopía: "De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad".
Un solo país del mundo en desarrollo, Cuba Socialista, no ceja en su empeño de asegurar a todos sus ciudadanos la cobertura de sus necesidades básicas de educación, salud, cultura y recreación, y lo logra sin Bolsa de Valores.
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