miércoles, 23 de mayo de 2012

EL CODIGO DE HAMURABI



            La buena nueva  voló desde Miami y  borró las aprensiones del quinto quintil y la angustia del décimo decil. La alegría retornó a la  precordillera.  Por  fin volverían las gallinas a la olla y las ollas a la cocina. No más basurear con las plumas, no más gallinas a la basura: las gallinas a la mesa y las plumas al basurero. 

Frotándose las manos y bebiendo champaña, los señores políticos  esperaron. Primero de pié, luego sentados y finalmente desesperados, durante larguísimos  diecisiete años. (Ni siquiera se molestaban en contestarles  el  teléfono).

             Pero la gente también esperó. Y actuó. El Cerronaviazo hizo huir despavoridos a los Mercedes blindados, bajo una lluvia surrealista  de  platillos y tazas de té,  cucharillas y   marraquetas con queso. Las  onces  populares que, mañosamente, había organizado la Alcaldía para festejar al gobernante, habían fracasado de manera estrepitosa.

             Ni el puñetazo que rompió el cristal de la mesa presidencial ni el furibundo ¡me han engañado! lograron cambiar el resultado. Llegaron la Transición a la Democracia y la Acusación Constitucional.. Los parlamentarios intentaron, vanamente, limpiar su imagen levantando las fotografías de los Detenidos Desaparecidos. Todo fue en vano, los hijos, de punta con el  papá  Presidente del Senado, no lograron doblarle la mano.  El  Presidente Mártir volvió a caer de bruces, ahora en el Parlamento.

            Pero, porfiado en su utopía, el avión rojo que voló cien días siguió carreteando hasta alcanzar su cuarta oportunidad.

            La Corte Suprema de Justicia, recuperando por fin su verdadero carácter, logró  condenar, en un juicio histórico, a  uno de esos  uniformados cuyo nombre no recogió la historia, pero que por el tipo de condena sufrido, debió haber sido muy, pero muy malo. 

            Aquí es necesario explicar que los castigos volvieron al antiquísimo concepto de la Ley del Talión, es decir, la condena llegó a ser una copia exacta de los crímenes cometidos. Viejos textos como el Código de Hammurabi, del 2.200 A.C. fueron actualizados. 

            Desgraciadamente este logro se alcanzó después del  fallecimiento de un tal Sr. Pérez, dueño de COPEVA, (Construcciones Plastificadas Experimentales  con permiso en Vías de Anulación, que al final sólo cambió de nombre, mientras el Ministro del ramo casi  relinchaba de gusto con el regalo del Sr. Pérez). 

La  muerte de este último, acaecida precozmente mientras se mojaba en su yate en Europa, en un acto de suprema solidaridad con los que se mojaban en sus casas de Puente Alto, enlutó al Gobierno de turno.  Sin embargo, años después, el juicio post mortem al Sr. Pérez pasó a la historia tanto por haber sido el primero realizado bajo el  renovado Código de Hammurabi, como por ser una demostración clarísima de los alcances de la nueva Ley.

            En el inciso referido a las construcciones, el Código había establecido: “Si un constructor hace una casa para un hombre y no realiza bien su trabajo y si esa casa se cae causando la muerte del amo de la casa, el constructor debe ser condenado a muerte. Si causa la muerte del hijo del amo de la casa, se condenará a muerte a un hijo del constructor. Si causa la muerte de un esclavo del amo de la casa, el constructor le dará  al propietario un esclavo de igual valor “.  

            Fue así como la muerte accidental  del Sr. Pérez no libró del castigo a sus hijos, puesto que la justicia alcanzada hasta esa fecha había hecho desaparecer el concepto de que la muerte del culpable extingue ipso facto el delito, razón por la cual sus descendientes hasta la cuarta generación estuvieron mojados, resfriados, tuvieron  neumonías a repetición y estuvieron  cagadosdefrío  hasta el fin de sus días, tantos eran los niños afectados por la mala construcción de las casas. 

            Pero volviendo al caso del viejo militar, condenado poco tiempo después del fusilamiento del Jefe del Kmer Rojo  Pol  Pot, el que sin embargo fue fusilado por delante, como una muestra palpable de la falta de ensañamiento que debe mostrar la justicia, se pudo constatar que el Código de Hammurabi también se aplicó al pie de la letra. El cálculo acotado de los numerosos fusilados, quemados, torturados, muertos de hambre y de frío, colgados, flagelados y torturados sicológicamente durante su período de gobierno permitió acotar, también de manera muy ajustada, el castigo merecido. 

            Pero aquí los jueces enfrentaron un problema de orden biológico. Si bien la sobrevida de aquel tiempo era prolongada,  y el viejo general  era una muestra viviente de ello, sin embargo, como cualquier ser humano, solo podía morir una sola vez. Esta  nueva Corte Suprema, renovada y por lo tanto inteligente y justa, encontró la salida mediante la aplicación de la misma tortura sicológica a la que estuvieron sometidos millones de ciudadanos a causa del Régimen de Terror, del Estado Subsidiario y del  Libremercado impuestos por el  Régimen Militar. 

            La celda del uniformado tenía techo de fonola y paredes de cartón que filtraban el viento y la lluvia, la comida se calculaba según los criterios del Mideplan y el ítem alimentario no pasaba de dos canastas básicas de alimentos, es decir, no sobrepasaba los 34 mil pesos mensuales. Ésta fue también una muestra de falta de ensañamiento de la justicia, puesto que  miles y miles de chilenos debieron sobrevivir, incluso en el período democrático inmediatamente posterior, con una sola canasta “ percápita “, es decir, con menos de 17 mil pesos mensuales. 

            Los analistas de este período histórico nunca han podido comprender estos criterios del Mideplan, puesto que una sola canasta dejaba al afectado en la imposibilidad de alimentarse adecuadamente  (es decir,  en  estado de  extrema   pobreza),  lo  que  sólo  se  alcanzaba  con  dos  canastas “ percápita “  (es decir, en estado de pobreza, que implicaba alimentarse y nada más). Tampoco pudieron comprender por qué esta canasta básica contemplaba  champiñones y papitas soufflé, alimentos absolutamente desconocidos para los trabajadores. Menos pudieron comprender la inclusión de las pelotitas de golf ni de los celulares con tecnología WAP. En fin, eran otros tiempos. 

            Otro elemento de juicio que ayudó a encontrar la salida justa al problema, fue el concepto del “simulacro“, ampliamente utilizado por la fuerzas represivas de aquel tiempo aciago. Fue así como el viejo militar fue declarado detenido-desaparecido para poder someterlo impunemente a los más de diez mil simulacros de fusilamiento, violaciones, colgamientos, degollamientos, submarinos, teléfonos, pau de arara , picanas eléctricas, parrillas, quemaduras con puchos, etc., que se sucedieron día por día  hasta alcanzar las cifras calculadas, fecha en la que el castigo dejó de ser simulacro y pasó a ser una bendición .

Lo más terrible de todo fue que el uniformado era creyente, por lo que suponemos que no alcanzó ni siquiera a pasar por el Purgatorio y se fue directamente a sufrir todas las penas del Infierno, donde probablemente estará hasta el día del Juicio Final. 

Y si Tata Dios es justo, ese Día dictará un Artículo transitorio para dejar funcionando su celda en el Infierno por otra eternidad completa,  por lo que pudiera advenir en el futuro o por la posibilidad de vida en otra dimensión, de distinta teleología. (Al momento del Juicio Final los hoyos negros eran una realidad tan familiar como los de la Alameda, lo que no se logró dilucidar es a donde conducen, porque los que entraron, o cayeron,  nunca volvieron)