La buena nueva voló desde Miami y borró las aprensiones del quinto quintil y la
angustia del décimo decil. La alegría retornó a la precordillera. Por
fin volverían las gallinas a la olla y las ollas a la cocina. No más
basurear con las plumas, no más gallinas a la basura: las gallinas a la mesa y
las plumas al basurero.
Frotándose las manos y bebiendo champaña, los señores
políticos esperaron. Primero de pié,
luego sentados y finalmente desesperados, durante larguísimos diecisiete años. (Ni siquiera se molestaban
en contestarles el teléfono).
Pero la gente también esperó. Y actuó. El
Cerronaviazo hizo huir despavoridos a los Mercedes blindados, bajo una lluvia
surrealista de platillos y tazas de té, cucharillas y marraquetas con queso. Las onces
populares que, mañosamente, había organizado la Alcaldía para festejar
al gobernante, habían fracasado de manera estrepitosa.
Ni el puñetazo que rompió el cristal de la
mesa presidencial ni el furibundo ¡me han engañado! lograron cambiar el
resultado. Llegaron la Transición a la Democracia y la Acusación
Constitucional.. Los parlamentarios intentaron, vanamente, limpiar su imagen
levantando las fotografías de los Detenidos Desaparecidos. Todo fue en vano,
los hijos, de punta con el papá Presidente del Senado, no lograron doblarle
la mano. El Presidente Mártir volvió a caer de bruces,
ahora en el Parlamento.
Pero, porfiado en su utopía, el
avión rojo que voló cien días siguió carreteando hasta alcanzar su cuarta
oportunidad.
La Corte Suprema de Justicia,
recuperando por fin su verdadero carácter, logró condenar, en un juicio histórico, a uno de esos
uniformados cuyo nombre no recogió la historia, pero que por el tipo de
condena sufrido, debió haber sido muy, pero muy malo.
Aquí es necesario explicar que los
castigos volvieron al antiquísimo concepto de la Ley del Talión, es decir, la
condena llegó a ser una copia exacta de los crímenes cometidos. Viejos textos
como el Código de Hammurabi, del 2.200 A.C. fueron actualizados.
Desgraciadamente este logro se
alcanzó después del fallecimiento de un
tal Sr. Pérez, dueño de COPEVA, (Construcciones Plastificadas
Experimentales con permiso en Vías de
Anulación, que al final sólo cambió de nombre, mientras el Ministro del ramo
casi relinchaba de gusto con el regalo
del Sr. Pérez).
La muerte de este
último, acaecida precozmente mientras se mojaba en su yate en Europa, en un
acto de suprema solidaridad con los que se mojaban en sus casas de Puente Alto,
enlutó al Gobierno de turno. Sin
embargo, años después, el juicio post
mortem al Sr. Pérez pasó a la historia tanto por haber sido el primero
realizado bajo el renovado Código de
Hammurabi, como por ser una demostración clarísima de los alcances de la nueva
Ley.
En el inciso referido a las
construcciones, el Código había establecido: “Si un constructor hace una casa
para un hombre y no realiza bien su trabajo y si esa casa se cae causando la
muerte del amo de la casa, el constructor debe ser condenado a muerte. Si causa
la muerte del hijo del amo de la casa, se condenará a muerte a un hijo del
constructor. Si causa la muerte de un esclavo del amo de la casa, el
constructor le dará al propietario un
esclavo de igual valor “.
Fue así como la muerte
accidental del Sr. Pérez no libró del
castigo a sus hijos, puesto que la justicia alcanzada hasta esa fecha había
hecho desaparecer el concepto de que la muerte del culpable extingue ipso facto el delito, razón por la cual
sus descendientes hasta la cuarta generación estuvieron mojados, resfriados,
tuvieron neumonías a repetición y
estuvieron cagadosdefrío hasta el fin
de sus días, tantos eran los niños afectados por la mala construcción de las
casas.
Pero volviendo al caso del viejo
militar, condenado poco tiempo después del fusilamiento del Jefe del Kmer
Rojo Pol
Pot, el que sin embargo fue fusilado por delante, como una muestra
palpable de la falta de ensañamiento que debe mostrar la justicia, se pudo
constatar que el Código de Hammurabi también se aplicó al pie de la letra. El
cálculo acotado de los numerosos fusilados, quemados, torturados, muertos de
hambre y de frío, colgados, flagelados y torturados sicológicamente durante su
período de gobierno permitió acotar, también de manera muy ajustada, el castigo
merecido.
Pero aquí los jueces enfrentaron un
problema de orden biológico. Si bien la sobrevida de aquel tiempo era
prolongada, y el viejo general era una muestra viviente de ello, sin embargo,
como cualquier ser humano, solo podía morir una sola vez. Esta nueva Corte Suprema, renovada y por lo tanto
inteligente y justa, encontró la salida mediante la aplicación de la misma
tortura sicológica a la que estuvieron sometidos millones de ciudadanos a causa
del Régimen de Terror, del Estado Subsidiario y del Libremercado impuestos por el Régimen Militar.
La celda del uniformado tenía techo
de fonola y paredes de cartón que filtraban el viento y la lluvia, la comida se
calculaba según los criterios del Mideplan y el ítem alimentario no pasaba de
dos canastas básicas de alimentos, es decir, no sobrepasaba los 34 mil pesos
mensuales. Ésta fue también una muestra de falta de ensañamiento de la
justicia, puesto que miles y miles de
chilenos debieron sobrevivir, incluso en el período democrático inmediatamente
posterior, con una sola canasta “ percápita “, es decir, con menos de 17 mil
pesos mensuales.
Los analistas de este período
histórico nunca han podido comprender estos criterios del Mideplan, puesto que
una sola canasta dejaba al afectado en la imposibilidad de alimentarse
adecuadamente (es decir, en
estado de extrema pobreza),
lo que sólo
se alcanzaba con
dos canastas “ percápita “ (es decir, en estado de pobreza, que
implicaba alimentarse y nada más). Tampoco pudieron comprender por qué esta
canasta básica contemplaba champiñones y
papitas soufflé, alimentos
absolutamente desconocidos para los trabajadores. Menos pudieron comprender la
inclusión de las pelotitas de golf ni de los celulares con tecnología WAP. En
fin, eran otros tiempos.
Otro elemento de juicio que ayudó a
encontrar la salida justa al problema, fue el concepto del “simulacro“,
ampliamente utilizado por la fuerzas represivas de aquel tiempo aciago. Fue así
como el viejo militar fue declarado detenido-desaparecido para poder someterlo impunemente
a los más de diez mil simulacros de fusilamiento, violaciones, colgamientos,
degollamientos, submarinos, teléfonos, pau
de arara , picanas eléctricas, parrillas, quemaduras con puchos, etc., que
se sucedieron día por día hasta alcanzar
las cifras calculadas, fecha en la que el castigo dejó de ser simulacro y pasó
a ser una bendición .
Lo más terrible de todo fue que el uniformado era
creyente, por lo que suponemos que no alcanzó ni siquiera a pasar por el
Purgatorio y se fue directamente a sufrir todas las penas del Infierno, donde
probablemente estará hasta el día del Juicio Final.
Y si Tata Dios es justo,
ese Día dictará un Artículo transitorio para dejar funcionando su celda en el
Infierno por otra eternidad completa,
por lo que pudiera advenir en el futuro o por la posibilidad de vida en
otra dimensión, de distinta teleología. (Al momento del Juicio Final los hoyos
negros eran una realidad tan familiar como los de la Alameda, lo que no se
logró dilucidar es a donde conducen, porque los que entraron, o cayeron, nunca volvieron)